
Los refugios y el aviso de campana no hacían desaparecer el temor pero daban una cierta seguridad. así se demostró una tarde de mitad de agosto; cuando sonó la campana, todo el mundo corrió a refugiarse; sólo algunos niños más pequeños que aún no entendían bien lo que pasaba y que estaban en sus juegos se despistaron, aunque al oír aquel ruido infernal se desató el llanto. Afortunadamente, algunos milicianos que se dieron cuenta corrieron a por los niños y cargados con ellos llegaron al refugio. Fue providencial y una demostración más de que, muy a pesar de algunos, aquellos hombres armados no eran todos unos desalmados.

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