miércoles, 6 de marzo de 2019

Relatos 7


     Las semanas iban transcurriendo sin descanso y ya había dado tiempo a que muchos se recolocaran en sus respectivos bandos, que ya se habían bautizado mutuamente: los amarillos eran los que habían ganado las elecciones; los añiles los que no. Luego, en cada zona también quedaron muchos atrapados haciendo como que defendían las ideas con las que no estaban nada de acuerdo; pero la necesidad de salvar la vida les hacía callar las propias.
     La presencia de los milicianos era habitual por las calles de El Sauce. Es más, el pueblo había duplicado su población, ya que muchos se quedaban acogidos en las casas. Mataban el tiempo, si se puede decir así en una guerra y no es políticamente incorrecto, paseando por las calles, ligando con alguna moza o simplemente charlando en corrillos. Para los chavalillos aquello era una gran diversión y un entretenimiento en el que ocupar su tiempo ya que era época de vacaciones y la siega aún no había comenzado.
     Los críos se acercaban a los milicianos y los acribillan a preguntas; molestaban, pedían alguna cosa, querían tocar los fusiles. Uno de los que se ponían más pesados era Valentín, hasta el punto que uno de los milicianos, harto del crío le gritó: "Anda, niño, vete a darle la murga a tu padre". Valentín, que entonces tenía nueve años, miró seriamente a aquel hombre y le espetó sin más: "Ojalá entren en el pueblo los añiles y te peguen un tiro". Sus piernas y su agilidad le valieron para escapar de la furia del miliciano; aunque este, a su vuelta al grupo, no pudo evitar contagiarse de las carcajadas de sus compañeros. Pensó para sus adentros: "Vaya con el crío de los cojones".

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