Las semanas iban transcurriendo sin descanso y ya había dado tiempo a que muchos se recolocaran en sus respectivos bandos, que ya se habían bautizado mutuamente: los amarillos eran los que habían ganado las elecciones; los añiles los que no. Luego, en cada zona también quedaron muchos atrapados haciendo como que defendían las ideas con las que no estaban nada de acuerdo; pero la necesidad de salvar la vida les hacía callar las propias.
La presencia de los milicianos era habitual por las calles de El Sauce. Es más, el pueblo había duplicado su población, ya que muchos se quedaban acogidos en las casas. Mataban el tiempo, si se puede decir así en una guerra y no es políticamente incorrecto, paseando por las calles, ligando con alguna moza o simplemente charlando en corrillos. Para los chavalillos aquello era una gran diversión y un entretenimiento en el que ocupar su tiempo ya que era época de vacaciones y la siega aún no había comenzado.

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