sábado, 9 de febrero de 2019

Relatos 4

    Los primeros días todo parecía normal, salvo por aquel grupo de milicianos; pero, poco a poco, el paisaje humano fue mudando. Desapareció el cura junto con algunos otros que se pasaron a zonas controladas por el "enemigo"; otros fueron reclutados y armados en el pueblo más importante de la zona para empezar a formar las milicias. Había miedo en la gente y nadie se atrevía  a hablar públicamente, salvo los que se sentían afines a los hombres armados; incluso algunos de ellos parecían ahora los amos del pueblo e iban atemorizando a los contrarios.
    Las familias más ricas fueron desalojadas y en su casa se fueron instalando los que hacían de mandos en aquella milicia. Ella todavía era una niña muy pequeña pero sentía que algo pasaba. Una noche alguien golpeó con fuerza la puerta de la casa; sus padres respondieron desde el interior, sin llegar a abrir, con inquietud y miedo. Era uno de los "jefecillos" del pueblo que estaba pasando por las casas de los que habían votado la última vez al "otro bando" (allí todo se sabía), requisando las mantas para los soldados. Era verano pero, aún así, en aquel pueblo el frescor no perdonaba ni aquellas noches.
    La madre de la niña, armándose de valor respondió: "Iré a quitárselas a mis niños, que duermen. Las pocas que tenemos son para ellos".
    El mando que acompañaba al "jefecillo" respondió: "Señora, ¿entonces hay niños en esta casa?"
-"Sí. Tenemos cuatro. El pequeño de dos años".
-"Déjelo. Vamos a buscar a otra casa", dijo el miliciano. Y se marcharon por donde habían venido.
    Así salvó aquella madre la situación y comprendió que no todos los que venían eran quemarretablos. Al menos algunos también conocían la compasión.



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