
En aquel pueblo desde que se votaba e incluso antes siempre ganaba el
mismo bando. La última vez que hubo elecciones también fue así; pero en
el cómputo general del país ganaron los del otro bando. Aunque, a decir
verdad y aparentemente, aquello de los bandos les sonaba un poco extraño
porque en el pueblo todos parecían pertenecer a la misma familia y no
se apreciaban fracturas de convivencia importantes, salvo los típicos
roces que no pasaban de ser una discusión
fuerte que solía arreglarse tomando unos vinos en alguna de las tabernas.
El pueblo estaba aislado y relativamente lejos de las vías de
comunicación importantes y como los medios no eran ni de lejos los de
ahora, las noticias solían llegar tarde y con cuentagotas. Así que la
llegada de aquellos hombres armados que se hacían llamar milicianos les
sorprendió con las hoces preparadas, no para la lucha sino para la siega
que se veía ya inmimente, por el dorado que iban adquiriendo trigos,
cebadas y centenos.
Los milicianos tomaron la plaza que poco a poco se fue llenando también de curiosos.
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